Entre los siglos XVIII y XIX, una nueva oleada de viajeros vino a Suramérica buscando El Dorado. Todos lo encontraron, en diferentes rincones de la variadísima geografía del continente. A sus ávidos oídos habían llegado, allende el mar, las más asombrosas descripciones de la naturaleza del trópico americano (el neotrópico), nuestro verdadero Dorado, la región con mayor biodiversidad del planeta. Fauna y flora sin igual despertaban en su imaginación curiosidad, respeto, admiración, temor y repulsión.
De los encuentros entre estos naturalistas y el vasto continente quedaron numerosos testimonios. Pero es en las imágenes donde se despliegan de forma más elocuente las emociones que mantuvieron a dichos viajeros conectados con tan excepcionalmente rico mundo natural.
Grabados, dibujos y acuarelas re-creaban para el público y la ciencia cada nueva criatura y su entorno. Con frecuencia la especie descrita estaba ilustrada a color, mientras que el contexto estaba tan solo bosquejado, monocromo, irreal, lo que parecía concordar con el aire de misterio que generaba tan extraño bestiario. Algunos de los mejores ilustradores ni siquiera cruzaron el océano: sus imágenes estaban basadas en los especimenes disecados y en las historias naturales narradas por los exploradores, casi siempre cuajadas de mitos en los que se proyectaba su más profundo mundo inconsciente. Y es que la fauna del neotrópico es tan portentosa que parece contener todas las imágenes simbólicas, todos los arquetipos con los cuales nos representamos.
De entre la abundantísima fauna que nos rodea, he hecho una selección, basándome en la simbología del zodíaco babilónico, que puede reflejar nuestra naturaleza más íntima. Son los doce de oro del zodíaco neotropical, un ejercicio en homenaje a aquellos que con sus ilustraciones mitificaron a El Dorado suramericano, nacido de la fusión entre una naturaleza exuberante y un mundo inconsciente desbordante de símbolos.
Antonio Briceño
Abril 2009