Silencio a Voces
María Luz Cárdenas
Mayo 2014
Antonio Briceño ha construido un cuerpo muy sólido y coherente de trabajo definido por imaginarios simbólicos que retratan el alma de las culturas. Más que “retratos”, sus figuras son resonancias arquetipales de los ancestros de la humanidad; más que “representaciones”, son complejas interpretaciones de las tradiciones y los mitos anclados en el fondo del inconsciente colectivo. Antonio, que ha dado forma a los dioses, a la naturaleza, al dolor más antiguo, a las emociones atávicas y a los saberes más arcaicos de los pueblos, viene hoy a golpearnos con una obra completamente despojada, limpia y sin anécdotas, que revela el ángulo más ensordecedor de la violencia y los abusos cometidos por las fuerzas represoras en la Venezuela de los últimos tres meses.
Sin salir de su lenguaje o traicionar la fuerza primigenia de su discurso, esta nueva serie se traslada a los acontecimientos políticos actuales y nos estremece desde los abismos del silencio. El artista enfrenta el rostro de las víctimas con tomas de cerca, vestimenta y fondo negro, donde la sola mirada sostenida y en silencio –pero sin callar–, inquieta al espectador por todo lo que revela en su mutismo. Me gusta pensar en estos rostros como deidades contemporáneas que denuncian, sin decir palabra, la manera como el dinero y el petróleo compran las conciencias. Uno de los instantes en que la creación artística cobra mayor esplendor es cuando nos ilumina con destellos de futuro y señala premonitoriamente el mundo a venir, aunque sea éste el de un silencio terrible. Omertà petrolera nos advierte acerca de ese mundo próximo, donde la belleza y el horror podrán llegar a convivir en el mismo pozo de miedo, silencio y vergüenza.