En el calor de la Amazonía peruana, rodeada por las aguas más caudalosas del mundo, está la ciudad de Iquitos, en la punta de una isla sin comunicación terrestre con el resto del país. En medio de una selva que la engulle, vive en ese encuentro fecundo del sol con la humedad. Allí, donde todo crece y la vida medra en cada rincón, el bochorno es omnipresente y la gente anda ligera. Todo tiene su velocidad y todo es relajado. Y brota el amor.
También son relajadas las costumbres y la tolerancia a la diversidad sexual hace contrastar a Iquitos con la lejana Lima, separada por selvas, montañas y siglos. El amor equinoccial evoca algunas representaciones de la diosa Afrodita y su cortejo, en el exuberante contexto tropical de esta ciudad abierta, sensual y fecunda.
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Sexo es una palabra pequeña, pero un área grande y compleja de la experiencia y el ser humano. El acto es un placer intenso que también puede ser utilizado como arma. La naturaleza ontológica del género, aunque sistematizada como binaria, es capaz de expresarse subjetivamente de manera sutil y fluida. Las normas sociales trazan un mapa de las carreteras y caminos de dónde, cuándo y cómo el sexo es legítimo y dónde es desviado, escandaloso o ilegal. Estos mapas culturalmente definidos son tan familiares que las actitudes hacia el sexo pueden osificarse rápidamente, convirtiéndose en certezas incuestionables y emotivas. En el Occidente industrial, el sexo se ha convertido en un estilo de vida, una política de identidad y una mercancía imposiblemente idealizada.
En el siglo XIX, cuando las autoridades científicas y legales hicieron mucho por catalogar, patologizar y criminalizar aquellos aspectos de la sexualidad humana que estaban más allá de toda duda, se creó un nuevo menú sexual que, aunque su carta no era innovadora en sí misma, se podía servir con nuevos nombres exóticos y una gran cantidad de salsa. Los actos del cuerpo se extendieron a la naturaleza de la mente. En reacción a esta mercantilización del sexo, algunos buscaron escapar a culturas lejanas, donde el erotismo era (o parecía ser) más simple y más natural. Sin embargo, vistas a través del lente postcolonial contemporáneo, estas expediciones transculturales tienden a ser vistas con escepticismo crítico, si no con absoluto oprobio.
Es, pues, un artista valiente el que busca involucrar la naturaleza fluida del sexo, el género y la sexualidad en culturas más allá de las costumbres y las restricciones del occidente industrializado, por no hablar de representarlas visualmente. El artista venezolano, Antonio Briceño, es una persona así. Durante el último cuarto de siglo, ha trabajado con más de treinta y cinco culturas indígenas de los cinco continentes, desde los samis del norte de Europa hasta los maoríes de Nueva Zelanda. Hay un fuerte hilo ecológico que atraviesa su obra, tanto en el sentido naturalista del medio ambiente como en el sentido más metafórico de la diversidad humana y la interdependencia. Gran parte de su obra rinde homenaje a las mitologías y a la sabiduría tradicional que se encuentran en el corazón de estas culturas.
Las imágenes que aquí se presentan proceden de dos series que abordan un fenómeno más específico que representa un ecosistema de expresión sexual. Fueron hechas en y alrededor de la ciudad peruana de Iquitos, en lo profundo de la selva amazónica. Iquitos se ha hecho conocido por su actitud relajada hacia el sexo. En'Amor Equinoccial' el artista sitúa la lánguida androginia de la juventud y el más oscuro machismo de la madurez en contextos que se basan en el mito de Afrodita y sus acólitos. Es un sincretismo estético que entreteje símbolos transculturales como la espuma, las flechas y los portales para hablar indirectamente del acto sexual y reflexionar sobre la naturaleza ontológica de un ser erótico.
Por el contrario,'Trece camas' presta una atención atenuada al acto en sí, una exposición fotográfica prolongada que captura el hacer el amor de una manera dinámica pero no específica. Las imágenes aluden a una diversidad de preferencias sexuales mientras se mezclan en el torbellino de la unión coital.
La serie emplea dos dispositivos distintos: uno es un simbolismo estético transcultural y el otro un impresionismo documental subjetivo. En el imaginativo espacio entre estos dos estados, Antonio Briceño evoca la sensibilidad de una cultura en términos que pueden ser entendidos en otra. O, si no se entiende, se siente somáticamente y se siente empáticamente..."
Alasdair Foster
Fuente:
http://www.fototazo.com/2018/09/latam