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The healing jungle 

The year 2020 changed our path unexpectedly. The pandemic caught us unawares and led us into its abyss of bewilderment, desolation, paranoia, isolation and detention. I was in Caracas and the therapist who rescued me from that nightmare was the jungle. The treatment, its mysteries. 

During the months of quarantine I had the immense fortune of being able to enter the unsuspected depths of the jungles of El Volcán hill and its surroundings. A silent sentinel that contemplates us from the south of the city, reserving in its domains the last remnant of cloud forest and evergreen forests, once lords of our land. Those jungles welcomed me and opened the way for me. They offered me advice, they gave me shelter. They amazed me with their enigmas, their inhabitants, their cycles. They healed me with their waters, their mists. They intrigued me with their noises, their darkness, their night. 

There is no library that surpasses the jungle, with its inexhaustible relationships and flows. There is no health center more healing than it, with its green and humid energy. Acidic, rhythmic, explosive, intense, unbounded. I only needed to walk among its trees; to reach its ravines, to listen, to feel, to stumble and to be attentive. To be part of it, with my chest swollen and puffy with wonder and gratitude.

From these walks and encounters emerged these images, which are like a weaving, a reconnection. Let them serve as riddles, as mantras, as spells, incantations. Serve as potions, formulas, essences, potions, elixirs. Let them serve as splinters, sparks, reflections of what for me has been, is and always will be, our magnificent Selva Curandera.

I am deeply grateful for the generosity of the owners of Samambaya, El Topito, Topotepuy and Granjerías, who protect these forests and allowed me to enter them and develop a work that was, at the same time, my healing.

La ciudad de Caracas reposa sobre un largo valle, flanqueada por la serranía de El Ávila al norte y una serie de cadenas montañosas al sur, entre las que sobresale el cerro El Volcán, con sus casi 1500 metros sobre el nivel del mar. La vegetación predominante en la mayor parte de la ciudad es el bosque seco, o bosque deciduo, cuya arboleda se caracteriza por perder el follaje durante la marcada estación de sequía, tiempo durante el cual la vegetación se cubre de tonos ocre.

 

Pero en las cañadas de las montañas del sur, y en las cotas más altas de las mismas, existe una vegetación siempre verde de bosque tropical que mantiene su densidad todo el año, con su mosaico de matices de este color profundo. En las cumbres de El Volcán, una corona de niebla sostiene al último relicto de selva nublada del sur de Caracas, una exhuberante vegetación en la que abundan los helechos arborescentes, las palmas y las aráceas trepadoras.

 

El cerro El Volcán ha ejercido siempre gran fascinación sobre mí. Como biólogo, en el año 2001 participé en un inventario de aves y pude conocer la intimidad de sus decenas de pájaros. 20 años después tuve ocasión de adentrarme en la selva nublada de El Topito, donde produje algunas imágenes que dieron origen a la serie Bosquejos. un homenaje a Bellermann que consiste en imágenes difuminadas mediante la superposición de numerosas fotos, cuyo aspecto final recuerda los trabajos y luces del Maestro.

 

La obra de Ferdinand Bellermann, quien fue conocido como un científico del arte, ha sido una profunda inspiración para mí, ya que me identifico del todo con esa inclinación: en mi trabajo artístico aparece mi formación como biólogo una y otra vez. Este año se cumplen 180 años de la visita de Bellermann a nuestro país, y de ahí deriva el nombre de la muestra, en homenaje a ese extraordinario artista, cuya obra tuvo importancia definitiva en mi vocación.

 

Este trabajo incluye varias perspectivas relacionadas con este bosque que apadrina el clima de Caracas, cada una desarrollada en un sector diferente del cerro El Volcán, de acuerdo a las atmósferas que he querido resaltar: La serie La selva, realizada en El Topito (vertiente sur), está directamente relacionada con los bosquejos de Bellermann.  La Neblina, realizada en Topotepuy (Cumbre), se centra en la tenue imaginería del paisaje luminoso de las alturas y La Noche, desarrollada en Trinalta (vertiente norte), construida tomando en cuenta la fantasía y desconcierto que nos causa la oscuridad casi absoluta en el bosque tropical. 

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